La influencia de Roma en la sociedad actual

Pese a que ciertos sectores se empeñen en hacernos creer que vivimos en una sociedad de orígenes judeocristianos, nuestros orígenes, como sociedad, son romanos, y lo que los romanos tomaron de los griegos, claro está.  Muy bien lo expresó Horacio cuando compuso aquella célebre frase: «La Grecia conquistada conquistó a su fiero conquistador, e introdujo las artes en el agreste Lacio.»  

Roma, durante su época como monarquía y buena parte de la República, fue una ciudad de costumbres sobrias y austeras, que no conocía la filosofía ni el teatro, pero durante sus conquistas extrapeninsulares, ocurrió lo que Horacio sentenció, y las sutilezas griegas —incluida la arquitectura— se esparcieron por la ciudad del Palatino, cambiando por siempre una sociedad de gran genio pero que, hasta aquel momento, había permanecido fiel a un ideal de sencillez material. Es posible que ese fuera uno de los motivos por los que el estoicismo, proveniente de Grecia, calara tan hondo entre altas capas de la sociedad, yendo desde Cicerón, pasando por Séneca hasta llegar a Marco Aurelio.

De los griegos tomaron la comedia —a la plebe romana no le gustaban las tragedias, bastante tenían con sus vidas como para pararse a pensar sobre el drama existencial—, la filosofía, la literatura y el arte en general. Lo que sí es verdad es que sí hubo algunas tragedias que tuvieron repercusión, pero las comedias predominaban. El propio hermano de Cicerón, mientras estuvo en las Galias con César, escribió varias tragedias, creo recordar que cinco.

No se suele hablar de ello, pero los romanos también se enriquecieron con los conocimientos que los griegos tenían en acueductos y otras construcciones; pero también es cierto, a su vez, que los romanos llevaron las obras públicas a un nivel superior, con cotas de maestría hasta hora insuperables, haciendo acueductos donde nadie pensaría que sería posible, y con una firmeza que ha durado, en muchos casos, hasta nuestros tiempos.

Los augurios, tomados por los romanos de los etruscos —esto no es realmente así, ya que la ornitomancia se ha usado por otros pueblos desde que el ser humano ha necesitado escrutar los cielos en búsqueda de una respuesta—, siguen en nuestro vocabulario, aunque a menudo lo desconozcamos, y no me refiero a la palabra “augurio”, sino a “inaugurar”. En la antigua Roma, cuando se procedía a levantar un edificio, era necesario antes haber obtenido el permiso de los dioses y los genios del lugar, por ello un augur auscultaba el cielo con todo un ritual, y si el vuelo de las aves era favorable, se procedía a la construcción. Ahora, no obstante, ya no pedimos permiso a los dioses ni a los genios, pero sí continúa latente aquel eco en nuestro vocabulario más vivo.

El poderoso genio de Roma no sólo nos ha legado el alfabeto que todavía usamos, sino el calendario, instaurado por Julio César, quien se hizo traer al matemático Sosígenes para que le ayudase, utilizando el modelo del calendario egipcio de 365 días (el mismo mes de Julio es en honor a Julio César, como Agosto de Octaviano Augusto). Los días de la semana, excepto el sábado, que es un nombre de origen semita, todos portan el nombre de antiguos dioses venerados por los romanos —el domingo fue el día del Sol Invictus, que los cristianos pusieron más tarde como «Día del Señor»—, y una inmensa mayoría de las festividades religiosas cristianas que inundan y alegran (quien sea cristiano o no, gusta de tomarse un día libre del fatigador trabajo), no son más que antiguas festividades paganas que han cambiado de nombre. Es más, la estructura política de la iglesia católica fue tomada de Roma, con sus provincias organizadas en diócesis (reforma de Diocleciano, un emperador bastante infravalorado para lo que intentó) y los obispos de cada una, no cambiando más que el nombre del antiguo.

No son pocas las leyes que aún perduran en nuestros códigos jurídicos. Un ejemplo de ello es la ley que estipula cuál ha de ser el reparto en caso de hallar un tesoro, promulgada en época de Hadriano y que permanece vigente, al menos en España.  Napoleón, un ferviente admirador de Roma, tomó muchas leyes del Digesto para redactar su célebre Código Civil, y su sueño de reconstruir el Sacro Imperio Romano Germánico, o Maquiavelo, hábil y pragmático político del siglo XVI, que compuso su influyente El Príncipe y otras obras inspirado en los autores clásicos, griegos y romanos, como Polibio y Tito Livio.

De Roma nos quedan los modernos ayuntamientos, que, en su momento, se llamaban curias, con unos decuriones que aspiraban al duunvirato, (una alcaldía colegiada en la que dos hombres regían la ciudad durante un año), las famosas termas que los árabes bien supieron valorar, las calzadas —no son pocas las modernas carreteras que siguen el mismo trazado que las pretéritas calzadas—, o incluso las señalizaciones de los kilómetros restantes. Pese a que en Cartago hubo casas de varios pisos con baños y canalizaciones de agua mucho antes que en Roma, fueron los romanos quienes expandieron estas comodidades, allá donde fundaban una colonia o un municipio, la cultura romana lo impregnaba todo. No fueron los romanos los primeros en hacer bibliotecas, pero sí que heredamos de ellos esta costumbre de preservar de forma masificada y ordenada el saber.

La lista de pruebas de la presencia del eco romano en nuestras vidas podría hacerse tan larga como exasperante; me es imposible negar que todo gran imperio está cimentado en la sangre y el sufrimiento más atroz; pero sería un análisis somero y simplón quedarse sólo en eso. Roma no es la culpable de sus propias grandezas ni flaquezas, sino, por así decirlo, el genio que la guiaba. Había sido la Providencia de la que hablaban los estoicos, la diosa Fortuna a la que Sila se encomendaba, o el Destino en sí, el verdadero artífice. Si nos basamos en las creencias de nuestros antiguos, fue el insondable Destino quien decretó que Roma debía prevalecer sobre los demás pueblos del Mediterráneo. ¿Realmente Roma nació queriendo ser un imperio? ¿Conocían Rómulo y Remo en qué devendría la semilla que plantaron en el Lacio?

Roma, como capital del Mediterráneo, pereció tiempo ha; pero no murió su legado, que se halla presente en nuestras vidas, empezando por muchas de nuestras palabras, el acto de introducir una papeleta en la urna para elegir al “duunviro único” por cuatro años, en vez de uno, y que se puede presentar todas las veces que le apetezca —el duunviro romano tenía que esperar cuatro años para renovar su cargo—, o bajo el suelo que pisan nuestros pies, que cobija las calzadas que hoy día son carreteras, los cimientos de edificios que todavía permanecen en uso (un pequeño ejemplo lo tenemos en los baños de Bath), o incluso los códigos jurídicos como el de Napoleón, y todos los demás europeos y latinoamericanos que lo usaron como referente… El espectro de Roma, aun siendo un espectro, continúa vivo, de un modo u otro, en nuestra cultura y nuestro desarrollo.

Publicado por Marco Mazón Gomariz

Me llamo Marco Mazón Gomariz. Decían los egipcios que el nombre rige tu destino, y en mi caso así ha sido, puesto que desde bien pequeño tuve una gran predilección por la Historia Antigua, sobre todo el mundo de Roma (¿qué nombres hay más romanos que Marco?). Soy un fiel servidor de las Musas, sobre todo de Clío, y de su padre, Mnemósine, que es la divinidad de la memoria, y todos bien sabemos que sin memoria no somos absolutamente nada. ¿Qué pasaría si un día despertamos y no recordamos nada? Estaríamos tan perdidos como si nos arrojasen a un planeta ignoto y lejano, sin saber a dónde ir ni de dónde venimos. Ahora mismo me hallo estudiando historia en la Universidad de Córdoba, la antigua capital de la Bética, y más tarde del todopoderoso califato Omeya. Me vine aquí para estar más cerca de la historia que amo, la Antigua, pues, como dijo Rodrigo Caro, aquel humanista y padre de los arquéologos españoles “la Historia Antigua tiene algo sagrado”. Aquí iré publicando artículos en pro de la Historia y por mor de las deidades del pasado, que cobijan con celo el conocimiento de los antiguos, abriendo su pecho sólo a aquellos que de verdad están convencidos de su amor por ella.

6 comentarios sobre “La influencia de Roma en la sociedad actual

  1. Desde luego que el artículo cuenta cosas interesantes que los profanos no sabemos del influjo de Roma y las cuenta con música o encanto sin duda auxiliado por las Musas palabra de la que viene música. Cervantes se quejaba, gran invocador el de ellas, de que le eran esquivas, pues al autor del artículo le agasajan poniendo un orden muy inusual y musical en esa variedad de datos de distintos campos del saber. La invocación a Mnemoside no podía ser más atinada.

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  2. Cuando unos se acerca -por ejemplo- a la literatura francesa del siglo XIX percibe lo importante y trascendente, la presencia real y constante de la cultura clásica entre las personas de aquella época no tan lejana. Y comparándolo con el día de hoy, da la sensación que todo lo que tiene que ver con la cultura clásica (es decir, NUESTROS ORÍGENES, en mayúscula) se están, no diré olvidando, pero si diluyendo, dejando de ser importantes. Espero, amigo Marco, que este blog tenga una larga y fructífera vida. Es necesario que así sea. Ánimo.

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    1. La tendrá, acaba de nacer, y ni siquiera ha empezado a gatear, cual niño que recién ha venido a este frío y cruel mundo. Somos las mieses de Mnemósine, la deidad de la memoria, para hacer resurgir, cual Ave Fénix, aquel fuego del pasado que un día iluminó al mundo. Muchas gracias por tu apoyo. Un abrazo.

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